Yo escribo para ahuyentar la soledad, para saber que
hay en mi mente, para comprobar que tengo algo que decir, para bloquear la
cacofonía comercial que me aturde, para justificar mi existencia, para decirle
a Dios: aquí estoy, no te olvides de mí.
Blog about Carlos Ponce-Melendez writings. You will find poems, short stories, essays and plays in English and Spanish.
Tuesday, July 04, 2017
Sunday, May 07, 2017
EL GRINGO LATINO
Emilio, un científico social de la Ciudad de México, oye un grito aterrador una noche. Su esposa piensa que todo es producto de la imaginación de Emilio. Unos días después el grito se repite agudizando problemas entre la pareja. Problemas aparejados a los que trae el cambio en el sistema político mexicano que se desmorona lentamente. Cuando se le presenta la oportunidad de trabajar en una universidad de los Estados Unidos, Emilio se siente optimista de ir a vivir en un país desarrollado. Pronto se encuentra que la situación en el país del norte no es muy diferente a la que quiere dejar. La vida del protagonista se complica cuando es investigado por la desaparición de un niño. La trama va más allá de un caso policiaco, Emilio encuentra que las complicadas relaciones entre México y los Estados Unidos, permeadas por tráfico de drogas, inmigración y corrupción, afectan su libertad y su vida. El Gringo Latino es una novela moderna en la que las lealtades entre individuos y sus países son cada día más difusas. Particularmente los profesionistas trasnacionales (egresados de centros de enseñanza internacionales) adquieren una cultura de globalización de las ideas y las lealtades que desafía el modelo tradicional nacionalista. Sin embargo, dichos personas siguen luchando por encontrar una identidad en un mundo de cambios virtuales que no ofrece substitutos a los lazos milenarios de los pueblos.
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LA IDENTIDAD DE LOS MEXICANOS EN LOS EU
EL GRINGO LATINO
El nombre del niño era Franco pero nunca lo
conocí. Supe de él por la señora Goldau, nuestra casera, quien vivía en la colonia
Condesa mientras que el apartamento que le rentábamos estaba en una pequeña
colonia de nombre Guadalupe. Según la señora Goldau ella tampoco llegó a
conocer a Franco y sólo supo de él tiempo después de que yo me mude de ese lugar.
El apartamento de la familia de Franco quedaba en la primer planta, a un lado
del que Alma y yo ocupábamos. Para que se entienda mejor, voy a explicar que no
vivíamos en un edificio de apartamentos sino en una casa vieja que el señor
Goldau y su esposa habían adquirido hacía muchos años, cuando recién llegaron a
México inmigrados de Hungría. La casa era pequeña pero la dividieron hábilmente
en tres secciones; la planta baja y que originalmente albergaba la recámara
principal, un baño, una sala comedor, una cocina y un cuarto pequeño. A su
lado, pero separada por un patio de unos cinco metros, estaba otra recámara con
baño, una cocina-comedor, y al frente una pequeña sala que era donde habitaba
Franco.
Nuestra vivienda estaba situada arriba de la recamara
principal y consistía básicamente de un amplio espacio que servía como sala
comedor. A un lado quedaba la cocina. En la parte de atrás estaba la recámara
con un baño. El piso, alfombrado de pared a pared con un tapete irrefutablemente
anaranjado, personalizaba la vivienda. Curiosamente al lado de la pieza que mi
mujer y yo compartíamos, había un pequeño cuarto de unos dos metros de ancho
por tres de largo y que se suponía que iba a ser un cuarto para una sirvienta
pero al que nunca le construyeron una puerta. La única manera de pasar a ese
cuarto era a través de la ventana de la cocina.
El señor Goldau nos dio una breve explicación de tal error. Según él,
cuando habían comenzado a construir la planta alta para rentarla, el albañil comenzó
la obra por la parte del cuarto de servicio. Para ahorrar dinero, en ese tiempo
era muy común contratar a los trabajadores y no desperdiciar recursos en un
arquitecto o ingeniero y así lo hicieron los húngaros. Resulta que después de
unos días, el albañil se desapareció con el dinero que le habían adelantado por
lo que los Goldau procedieron a contratar a otro albañil. Este siguió la construcción
por el frente y cuando llego a la parte de atrás simplemente puso una
ventana dejando el cuarto de servicio
aislado. Para nosotros eso no fue problema, ese cuarto estaba perfecto para que
yo pusiera una mesa, mis libros, un radio y se convirtió en mi cuarto de
estudio. Las paredes de nuestro apartamento consistían de grandes ventanas que
iban del piso al techo y que dejaban pasar la luz con gran gusto pero que
igualmente dejaban colarse los ruidos de la calle… y los quejidos de Franco.
A pesar de estar situados a solo cuatro cuadras
de la congestionada calle de Insurgentes, la colonia Guadalupe era un remanso
de paz. Originalmente había sido un pequeño pueblo pero a mediados del siglo XX
había sido engullido por la caótica Ciudad de México. En la época en que
vivimos ahí, la colonia Guadalupe era muy pacifica. No había vías principales
que la atravesaran, ni oficinas o comercios grandes así que solo las gentes que
la habitábamos solíamos entrar a ella. Las casas eran modestas de dos o tres
recamaras, la única excepción era la casa que quedaba enfrente de nuestro apartamento
y que a pesar de tener solo dos niveles daba la impresión de ser mas grande dado
que los pisos eran muy altos, como de
museo. Esa casa era habitada por un militar
retirado, el general Miguel Hernández. Dicho general había sido regente de la
Ciudad de México hacia ya muchos años. El general Hernández era venerado por
los habitantes antiguos de la colonia ya que él introdujo el agua potable, la
electricidad y el alumbrado público a la colonia cuando fue regente de la
ciudad. Otra característica que enorgullecía a los habitantes de la colonia era
que a pesar de que el militar había pasado por la administración pública de
México en varios puestos de relativa importancia, este no se enriqueció al estilo
de la mayoría de los políticos mexicanos.
Yo me enteraba de la historia de la colonia y de
la de algunos de sus habitantes como uno se entera de la vida de los vecinos en
las pequeñas comunidades: porque no me quedaba otra opción. Si iba a la
panadería invariablemente escuchaba la plática de señoras que comentaban los
últimos chismes del rumbo; la tienda en donde comprábamos leche, azúcar y refrescos
era otro salón de información virtual del barrio. Yo trataba de mantenerme al
margen de esas pláticas pero de vez en cuando no podía evadir a algunas señoras
que eran especialmente agresivas en su tarea informativa. Me paraban a la
entrada de mi apartamento para preguntarme como me había ido, si mi esposa ya
estaba embarazada, si había oído decir que los Pérez de la esquina se andaban
divorciando, y cualquier otra pizca de información que pudiera ser de interés
para la comunidad Guadalupana. Por ejemplo un día, esperando por las tortillas
escuche a la anciana Matilde hablando con otra mujer aun más vieja que ella:
- Te digo que Don Miguel es un santo.
- Bueno, tanto como santo no. Dicen que es ateo y
los ateos no pueden ser santos, lo prohibió el Santo Papa.
- Aunque sea ateo se debe ir al cielo porque él
ha ayudado a muchísima gente ¿Te
acuerdas cuando Rosita murió de coraje porque el bueno para nada de su esposo
llegó borracho y con una mujer de la mala vida a su casa y quería que Rosita
les dejara la cama para hacer sus cochinadas?
Si mal no recuerdo, Don Miguel se encargó de los gastos del funeral porque
Rogelio se había gastado todo el dinero en alcohol y mujeres de mala reputación.
- No, pues sí me acuerdo. Y yo sé de buena fuente
que cuando Don Fausto perdió su trabajo y le iban a embargar su casa, Don Miguel
le ayudó con su deuda y le consiguió trabajo en el Departamento de Limpia para
que su familia no se quedara en la calle. Y qué me dices de la Flor, ¿No se fue
embarazando de un hombre casado? Chiquilla canija, quien sabe a donde habría
ido a parar si no es porque el Don Miguel le pagó el parto y la ayudo para
poner al chamaco en adopción.
- No, po’s de que Don Miguel es bueno, no cabe
duda y aunque sea ateo, dios le tiene que tomar en cuenta sus buenas obras.
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