Serena.
Desde niña Serena tuvo una dulce expresión que
tranquilizaba e invitaba a la reflexión a todo aquel que la veía. Tal vez era
por su tez morena que acariciaba la vista, o por sus ojos negros, placidos
como las noches de diciembre de Omaca. Su carácter apacible semejaba a un arroyo
pequeño que apenas y susurra pero vivifica. Por sus cualidades, Serena se
acostumbró a ser el centro de atención y a oír elogios a su belleza desde que
tuvo uso de razón. “Parece un angelito” – decía su tía Gumercinda. “Más que eso
– agregaba, Roque, el panadero – es la viva imagen de la Virgen de los Dolores,
vaya que sí lo sabré yo que he ido a su santuario.”
Serena, hija única, era la preferida de las monjas y
sacerdotes en la escuela y en la iglesia por su belleza y por su espíritu
apacible. Cuando Serena cumplió doce años, el párroco Catarino pidió permiso a
sus padres para que la dejaran representar a la patrona del pueblo, la Virgen
Perpetuamente Milagrosa, en las fiestas patronales. Ellos accedieron muy
honrados y un mes después Serena, sacrosantamente vestida de Virgen, desfiló
por la Avenida Real sobre un templete cargado por veinte hombres de los más
piadosos e influyentes de Omaca. La llegada de la Virgen cerraba la procesión y
significaba el inicio de la semana de las fiestas anuales del pueblo.
Desde la primer aparición de Serena como virgen, los
Omacanences se impresionaron con lo bella que era la niña y lo bien que le
quedaba el papel celestial. La noticia de la santa belleza corrió rápidamente
por los pueblos vecinos. Tantas eran las alabanzas que se le hacían a Serena
que algunas gentes de otros municipios, fueron a Omaca para comprobar si era
cierto lo que se decía de la mentada chiquilla. La verdad es que la mayoría de
las visitantes eran mujeres arguenderas; iban con la intención de criticar a la
dichosa Serena y decir que la virgen de sus respectivos pueblos era mejor que la
de Omaca. Sin embrago, después de ver a Serena con su carita de sufrimiento,
ningún visitante se atrevió a criticarla. Quedó claro que la virgen de Omaca
tenía algo de santa y cuestionar su virtud hubiera sido como cuestionar a la
madre de Dios.
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